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TUCUTA
Tucuta estaba solo,
sin que nadie le diera lo que le daba el vino.
Sentiría de noche pasar los largos trenes
con su carga de olvido
y sus ojos dispersos
se llenarían de chispas de la locomotora
como si con las manos atrapara
un vidrioso infinito.
Tucuta estaba solo,
sin que nadie le diera lo que le daba el vino.
Negruras de humo espeso
arrastrarían su sombra,
sin un grito,
y quedaría consigo
solamente la herrumbre de la vida
en los zapatos viejos.
Tucuta estaba solo,
y quedó sola
su copa,
para siempre.
Tucuta estaba solo
Y se durmió en los rieles.
SERGIO RODRÍGUEZ
La Ciudad al Oeste

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