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Historias

Cotidianas

La cita…

Teníamos una cita… la había llamado la noche anterior invitándola a tomar algo y salir adonde ella quisiera, me contestó que no podía pero que a la mañana siguiente nos podíamos ver y desayunar juntos.

Estaba ansioso, quería verla… no sabía muy bien qué decirle pero me entusiasmaba la idea de encontrarnos, estar solos y poder disfrutar de su compañía.

 

Caminé apurando el paso por temor a que ella llegara primero, quería ser yo el que la esperara, el café estaba abierto y tres clientes disfrutaban su desayuno, creo que lo disfrutaban, en realidad nunca lo sabré… y para ser sinceros ni me importaba, sólo esperaba su llegada, la vería entrar, me pondría de pie y daría dos pasos hacia ella para recibirla, le daría un suave beso en la mejilla… de sólo imaginarlo ya creo sentir su aroma, esa fragancia hermosa que derramó sobre mí la primera vez que la vi; ese fue el aroma que me atrapó y a partir de ese momento lo único que me importó fue encontrar una manera disimulada para conocerla.

 

Y fue graciosa la forma en que eso sucedió, claro que no hubo ningún mérito de mi parte, más bien se lo debo exclusivamente a ella…  pasó una tarde lluviosa, yo iba hacia mi casa y de pronto la lluvia arreció así que comencé a correr buscando algún refugio para no empaparme… al llegar a la esquina doblé rápidamente hacia mi derecha y de pronto tenía incrustada en mi cara la punta metálica de un paraguas. El golpe no fue violento pero si inesperado, y grande fue mi sorpresa cuando vi que era ella la que apesadumbrada me hablaba y me preguntaba cosas que yo no alcanzaba a entender, era tanta mi sorpresa que me había quedado embobado mirándola sin poder atinar palabra, lo único que sentía era su aroma y mis ojos no podían despegarse de los suyos. Luego, nos disculpamos mutuamente y cada uno siguió su camino.

 

A partir de ese día, cada vez que la veía me acercaba a saludarla y charlábamos dos o tres minutos y así cada tanto…

 

Hasta que pasado un tiempo, en realidad fueron casi dos años, me animé a invitarla a salir ya que se podía decir que nos conocíamos bastante… sacando cuentas, dos minutos por tres veces cada semana y en dos años me daba un número bastante aceptable de charlas, por lo que consideré que ya era tiempo de encontrarnos y conversar un poco más de tiempo que lo normal entre nosotros.

 

Obviamente, durante todo ese tiempo pude ir averiguando cosas de su vida… lo primero era que no estaba comprometida con nadie, sabía también dónde vivía, y no mucho más… a veces lograba ver que durante la semana, a la mañana, tomaba un colectivo hacia la ciudad y recién regresaba pasado el mediodía, quizás trabajaba, o estudiaría, no lo se… habíamos intercambiado teléfonos pero nunca ninguno se animó a llamar al otro, hasta que anoche junté coraje y lo hice.

 

Así, entre café y café fue pasando la mañana y aumentando mi ansiedad… no venía, se habría arrepentido? O quizás se habría dormido… si, esperaría un rato más, tal vez sólo se había retrasado.

 

El por qué…

 

Había pasado tiempo… no sé exactamente cuánto, quizás dos o tres meses. Había tratado de averiguar qué había pasado, no la había vuelto a ver más, cada mañana iba hasta la esquina de su casa esperando verla salir a tomar ese colectivo que la llevaba vaya a saber adónde…

 

Ni una noticia, y nadie a quien poder preguntarle, su ausencia se había convertido en una obsesión, necesitaba encontrarla…!

Había sólo una manera, así que tratando de aparentar una calma que no tenía, los nervios me consumían, me planté frente a la puerta y luego de tomar aire apreté el timbre y esperé… me pareció que el tiempo se había detenido y mientras apretujaba mis manos, un sudor lento y copioso comenzaba a mojar mis sienes… y, por fin, la puerta se abrió.

 

Una mujer se recortó en el marco de la puerta, se veía que años atrás había sido dueña de una gran belleza, pero hoy se la veía triste y demacrada…  no tenía dudas, era su madre, esos ojos… iguales a los ojos de ella, imposible olvidarlos.

Me presenté como un amigo de su hija, le comenté que solíamos encontrarnos de vez en cuando en el pueblo y que manteníamos charlas y que poco a poco nos habíamos ido conociendo más y por ese motivo, hace un tiempo nos habíamos citado en un café para conversar más tranquilamente…

 

Mientras hablaba, casi de manera torpe y atropellada debido a mi nerviosismo, levanté la mirada y ví que de sus ojos asomaban dos lágrimas que poco a poco marcaban sus mejillas dándole a su rostro un aire casi trágico… interrumpí mi discurso y me quedé mudo, sin saber qué hacer. Sólo atiné a apoyar mi mano en su brazo en una actitud que pretendía calmar ese llanto que, aún sin haber explotado, me había conmovido tanto…

 

El reencuentro…

 

Caminé nerviosamente, la casa quedaba a unos treinta metros y el camino de piedra que se recortaba hasta ella me parecía interminable. Hacía frío, me acomodé la campera, apuré el paso y contemplé de reojo la belleza de un parque totalmente verde, lleno de árboles y bancos de madera haciendo juego con el paisaje… llegué hasta la puerta y salió una señorita muy amable a recibirme, le entregué el papel, me dijo que esperara y me indicó un sitio para sentarme dentro de una lujosa sala.

 

Me acomodé en un amplio sillón, y mientras apretujaba mis manos, nuevamente ese sudor que salpicaba mis sienes, típico de mi estado de nervios.  Miré por el amplio ventanal que daba al parque y esperé…

 

De pronto, allí estaba ella, la acompañaba la misma señorita que me había recibido… se sentó en un sillón contiguo al mío y nos quedamos solos.

 

Nos miramos en silencio durante un largo rato, atiné a esbozar algo así como una sonrisa pero mis nervios no me permitían dominarme y las palabras que había preparado durante el viaje se me atragantaron de tal manera que sentí que me ahogaba… por el contrario, ella me miraba con esos ojos hermosos, transmitiendo una profunda paz, parecía no darse cuenta de mi estado de nervios…

 

Cuando logré calmarme, tomé su mano y comencé a hablarle suavemente, como no queriendo interrumpir el clima que su mirada había creado.  Poco a poco ese momento incómodo y raro comenzó a transformarse en algo mágico… yo hablaba y ella me miraba, y esa mirada era cada vez más dulce y hermosa.

 

Ese día no pude escuchar su voz, pero no hizo falta que me hablara, lo decían todo sus ojos. Solicité permiso para salir a caminar con ella por el parque, se puso un abrigo y pasamos una hermosa mañana caminando y yo contándole cosas, sueños, historias…

 

Cuando me fui, no pude reprimir el llanto… ese llanto que casi me había ahogado cuando la vi y que en ese momento se negó a estallar…  me prometí volver.

 

Hoy, mirando atrás, veo cómo el tiempo fue envejeciendo mis sueños, sin embargo, cada vez que regreso a verla, una vez a la semana, pareciera que el tiempo vuelve  atrás y me encuentro nuevamente con esos ojos que un día me enamoraron para siempre… y tomados de la mano caminamos por el parque como aquella vez, hace tantos años, y mis historias se multiplican tratando de despertarla de ese largo sueño que comenzó el día de nuestra primera cita.

 

Y cada día me vuelvo a presentar, le hablo de mis sueños, de lo que hubiera sido, y ella me mira… y hoy sonríe, una sonrisa hermosa que suplanta las palabras… no hacen falta.

 

Los años nos llegaron de prisa, en nuestros rostros se reflejan las huellas que el tiempo va dejándonos, pero ni ella ni yo perdimos jamás la frescura del milagro que se produce cuando se encuentran nuestras miradas… sé que me quiere, no hace falta que me lo diga, basta con mirarla a los ojos… y sé que ella sabe que la quiero, no necesita escucharme… le basta con mirarme…

 

José Tanús

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